sábado, marzo 25, 2006

:: Objeto de Poder


Fotógrfía: Carolina Mendoza

¡Alto ahí!, Policía Federal, ¡deténgase o disparo!
-No le cambies Pepe, deja ver si lo matan o no.
-Seguro se muere mujer, no pueden ganar los malos, ya terminó la persecución que era lo mejor.
...se calienta el aceite, se agrega la salsa para que sazone....
-Déjame ver esa receta Pepe.
-No, qué flojera.
...no puedo irme contigo, si lo hiciera perdería lo que tengo y también te
perdería a ti....
-Es buenísima esa película, déjame verla.
-Ya está terminando.
....cruz de navajas por una mujer, brillos mortales despuntan al alba,
sang.......
-¡Pepe! ese grupo me encanta.
-La canción ya es vieja.
-¡Para de cambiar así los canales!
- No encuentro nada bueno, espérame tantito.

Me quedé en silencio frente a la televisión. El enojo inició la ebullición al unísono del cambio de canales. Me sentía como una olla express a punto de explotar.
.....¡objeción!- a lugar, el fiscal no tiene derecho a....., estabas jugando con ambos lados....el fuego causó severos daños en el área.....¿por qué no quieres que participe en la cosa más importante de tu vida?.....esto es un crimen el que me.....excelencia este hombre provocaría violencia entre.....¿Estamos listos para despegar?......¿qué diablos me está pasando? ¡sáquenme pronto de aquí!......Nunca estuviste en control, sólo creíste que lo tenías....

-¡Qué pares dije!, dame acá ese maldito control.
Le arrebaté el control y dirigiéndolo hacia Pepe, apreté la tecla Power. Un silencio extraño invadió el ambiente. No podía creer lo que veía; ahí estaba mi marido tan quieto como una escultura, con la boca abierta, el entrecejo fruncido y la mano levantada. Por mas que le pedí que dejara de jugar, permanencia totalmente congelado, ni siquiera respiraba. Con mano temblorosa y con expresión de terror volví a oprimir la misma tecla.
-¿Qué haces con el control en la mano?, dámelo ¿Qué te pasa mujer?, estás pálida, pareces muerto, mejor ve a la cocina a tomar algo.
- Sí, sí, creo que tienes razón, eso sería lo mejor.

Regresé de la cocina y, como autómata, me quedé en la cama al lado de mi marido.
....esta novedad, podrá cambiar su vida....usted no es una señora, es el alguacil......no mas remedios que no sirven, utilice este producto.....

Ahora tengo tan bien dominado el novedoso descubrimiento que ni yo misma lo puedo creer.

Cuando mi marido habla de fútbol, me reclama gastos excesivos o se pasa de copas; saco el control, lo dirijo hacia él y le cambio la programación de canales. Cuando la sirvienta quiere irse oprimo canal previo. Si los niños gritan mucho, les bajo el volumen, si hacen berrinche, utilizo mute. A partir de ese día, puedo ver todo lo que se me antoja en la tele, hablo con mis amigas sin ninguna interrupción, las sirvientas me duran años y hasta el perro ha dejado de ladrar.

viernes, febrero 24, 2006

:: Ataduras


Fotografía: Amélie Olaiz

Últimamente no llueve por aquí y el polvo se junta sobre los sentimientos entumidos. Ayer bajé a la ciudad. Hace meses que no lo hacía porque el trabajo ha aumentado y el poco tiempo que me queda libre lo uso para escribir.
Bajé porque me mandaron llamar de la escuela. La maestra sabe que soy cuenta cuentos y quería que leyera uno durante el festival del libro. Llevaba dos bajo el brazo; uno tuyo y uno mío. Seguro adivinarás cuáles.
Caminé por una calle paralela a la principal, mi ánimo no estaba para el barullo propio de la ciudad. Además últimamente se ha llenado de extranjeros y gente rara que usa objetos estrafalarios y máscaras sin chiste. A veces siento que ya no conozco a nadie por aquí. El humor de los nuevos pobladores no me causa gracia, ni encuentro diversión en leer los letreros que cuelgan afuera de sus casas para que sepamos quiénes son. No es lo mismo que cuando iba tomada de tu brazo y comentábamos las locas ideas de uno y otro, o el arribo de algún invasor con nombre novedoso, que en el fondo, sabíamos, era una antigüedad de pueblo. Recordé aquellos tiempos y una lágrima rodó marcando una línea en mi cara de polvorón.
Supe que te tenías que ir antes de que lo hicieras. Y aunque te extrañaba mucho, sabía que una dosis de lejanía le sentaría bien a nuestros arcones que rebosan de un cariño que pide tocarse.
Iba tan ensimismada en tu recuerdo que me tropecé con las evocaciones. Por lo menos eso sentí en aquel momento. Rodé por el terregal un par de metros, pero me levanté rápidamente. No vi nada concreto que me hubiese hecho caer, pero tampoco me detuve a investigar demasiado, cuando uno va de prisa no tiene tiempo para sutilezas. Mi abuela decía que caerse resulta humillante, por eso es mejor reponerse rápido para seguir la marcha, anotar el incidente en la memoria profunda y olvidar el asunto. Así el cuerpo solito se va a acostumbrando a superar las caídas.
Llegué a la escuela tarde, raspada y llena de polvo. La maestra me hizo una mueca de desagrado, pero los niños me recibieron con un escándalo a la medida de mi facha, a ellos no les importan esas cosas de la etiqueta y la pulcritud.
Al iniciar mi voz temblaba, eso siempre me pasa cuando tengo un público al frente. Elena, que da muchas conferencias, dice que ese nerviosismo genera expectativa en los escuchas y hace el discurso más emocionante. Desde que me lo dijo ese instante tiene otro matiz y hasta lo disfruto. Cuando tomé vuelo leí los cuentos haciendo aspavientos con las manos, me movía con la liviandad de quien acostumbra trabajar sobre nubes y simulando que atrapaba estrellas hice voces diversas. Les gustó mi cuento, pero los hice felices con el tuyo. Al final les dije tu nombre.
Uno de los niños se acercó con intención de hablar en privado. Me puse en cuclillas para que nuestras cabezas quedaran a la misma altura. Con el dedo índice señaló algo sobre mi pecho, incliné la cabeza pero de nuevo no vi nada.
—¿Puedo?—preguntó sonrojándose un poco.
Asentí con la cabeza. Juntó dedo pulgar e índice y tomo algo del aire, justo a la altura de mi seno izquierdo, y dio un tirón firme y fuerte. Sentí un vuelco en el corazón. Era el hilo invisible.
Le di un beso tronado que se limpió de inmediato con la manga de la camisa y me despedí rápido del grupo, no tenía tiempo que perder. Había tomado conciencia de mi situación: estaba unida con un hilo invisible. Salí a la calle y caminé por la avenida central, hasta llegar al final del camino. El trayecto no fue fácil porque al hilo, consciente de que ahora lo notaba, le dio por jalarme con demasiada fuerza, además se había enredado a un montón de objetos que tuve que ir librando hasta llegar a la cima de la hondonada que precede la entrada a la ciudad.
Desde ahí te vi venir con la madeja invisible en las manos y el extremo opuesto atado a tu corazón.